En la literatura hay comarcas imaginarias y otras que, aunque presenten en mano la dura credencial de lo real, son reinventadas hasta desdibujar los bordes entre lo real y lo imaginario. A esta última estirpe, sospechamos, va a pertenecer de aquí en más la Villa Celina de Villa Celina, de Juan Diego Incardona. Y por, al menos, dos motivos: primero porque se trata de una versión personal y hasta íntima del barrio, tachonada de amigos, vecinos y referencias autobiográficas; y segundo porque la zona, tan claramente delimitada en el prólogo, irá adquiriendo tintes míticos en la medida que avanzan los relatos, cuentos y crónicas de la saga bonaerense.